Navidad negra
No recuerdo haber celebrado la Navidad en mi infancia. Bueno, crecí sin religión, en lo que en realidad era un país católico. Mi familia creía en Dios. Y entonces llegó Castro. Fidel Castro prohibió de hecho la práctica de cualquier religión en Cuba, prohibiendo todos los festejos con connotación religiosa a finales de los años sesenta. En mi libro Un pedacito de cielo cuento cómo sucedió esto, basándome en las experiencias de un miembro de mi familia. Yo sabía que en Cuba se había celebrado Navidad y que se seguía celebrando en otros lugares del mundo. En Cuba, mi abuela seguía decorando su viejo árbol de Navidad artificial hasta que las bolitas se rompieron sin poder reemplazarlas y no hubo más recambios para los bombillitos de colores de las luces para el arbolito. Entonces sólo la oía cantar las viejas canciones navideñas, lo único que - además de su creencia - le quedaba. Por ello recuerdo la versión española de Jingle Bells y de una canción que cantaba el nacimiento del niño Jesús: Arbolito, arbolito, campanitas te pondré, quiero que seas bonito y al recién nacido te voy a ofrecer ...
En Cuba se vuelve a celebrar la Navidad. Me perdí el momento en que renació la tradición. Pero parece que hay muchos que se esfuerzan por aportar, al menos en estos días, algo de alegría a su triste vida cotidiana. Para el cubano de a pie (a diferencia de para los dirigentes del país y sus familias), es cada vez más difícil comprar los víveres necesarios para las celebraciones. Con la tradicional carne de cerdo solo pueden soñar . Según imágenes recientes de La Habana publicadas en Internet hubo colas interminables para comprar el pollo que habían prometido vender y que evidentemente había "salido volando", porque la enorme multitud formó espontáneamente un coro, gritando a un volumen ensordecedor: ¡Queremos el pollo, queremos el pollo! Algunos comentaron: "Si se enfrentaran al gobierno de la misma manera, ya tuvieran otro". Espero que estas personas, si no pollo, pudieron conseguir algo para su cena.
La alegría de que por fin vuelva a ser Navidad -como suele decirse, la fiesta del amor- no será compartida por muchas familias cubanas, aunque el fin del año signifique para ellas un año menos de penurias y miserias. Larga es la lista de madres y padres, hijos, hermanos y amigos que lloran por sus encarcelados hijos, padres, hermanos y hermanas, en prisión por el simple hecho de pensar diferente y por ejercer sus derechos. Para ellos no hay: ni fiesta de cumpleaños de Jesús, ni Feliz navidad, ni Ho, ho, ho, ni Noche de paz …
Como para las hermanas Angélica, de 39 años, y María Cristina Garrido, de 41, condenadas a 3 y 7 años de prisión respectivamente. La primera desde hace más de 50 días en una celda de castigo. Nunca volvieron a ver a sus padres, su madre murió hace unos días, su padre había fallecido en agosto.
Como para los hermanos Jorge y Nadir Perdomo. No volvieron a ver a su abuela, fallecida hace unos días.
Como para Ramón Perez Conde, Maikel Puig Pergola, Virgilio Mantilla, Sayli Navarro y su padre Félix Navarro, los hermanos Uvency Matos y Andy Luis García Montero, Yerli Luis Velázquez, Fray Claro Valladares, Taimir García Meriño. Como para Walnier Luis Aguilar, de 21 años, condenado a 22 años de prisión.
Como para José Daniel Ferrer, golpeado en prisión durante una visita de su familia delante de su hijo de tres años, como denunció su esposa. Como para Lázaro Yuri Valle Roca, quién quedó prácticamente ciego en prisión. Como para Orlando Carvajal Cabrera, un joven de 19 años condenado a 12 años. Como para Yoandri Reinier Sayu, condenado a 8 años de prisión. O para Miguel Enrique Girón Velázquez, José Adalberto Fernández, Alejandro Guilleuma, Rosmery Almeida, Danilo Martínez, Frank Artola, Hillary Gutiérrez y Cynthia Trevino. O para el menor Miguel Mendoza, o para Jonathan Torres. O para Jenni Taboada, cuya familia no sabe dónde está retenida.
Y para muchos más. El 9 de diciembre de 2022, había 1034 en total. 1034 presos políticos, presos de conciencia.
Como Aymara Nieto, que en 2018 había sido condenada a cuatro años de prisión por motivos políticos. Este año, cuatro semanas antes de salir de prisión, fue condenada a otros cinco años. Sus niñas pasarán muchas Navidades sin ella.
Ayer se anunció la excarcelación de uno de tantos, el preso político Mario Jossué Prieto Ricardo, ciudadano español, residente en Estados Unidos, que en la cárcel había intentado varias veces acabar con su vida. También le quitaron la Navidad. Con los oscuros recuerdos de su estancia en una prisión cubana, se lleva consigo un daño para toda la vida.
El dolor por el que pasan estas personas y sus familias es inimaginable para nosotros, personas libres. Mientras sus seres queridos estén en prisión, no tendrán Navidad. Y probablemente ya han arruinado la alegría de las Navidades que estando en libertad han de venir. Las excesivas condenas impuestas por la (in)justicia socialista -y partidista- presagian que, para muchos, las últimas Navidades blancas o coloridas pueden haber quedado ya atrás. Para muchos, la Navidad será durante mucho tiempo exclusivamente una negra, quizá para el periodo de tiempo más largo de sus vidas.
Pero también celebran Navidades Negras quienes se ven obligados a permanecer lejos de sus seres queridos. Como la activista Omara Ruiz Urquiola. Tras una estancia en el extranjero, quiso regresar a su Cuba natal, donde reside. Por orden del gobierno cubano se le impide embarcar en un vuelo que puede llevarla a casa. Había sido profesora de la Universidad de La Habana y fue despedida en 2019 por motivos ideológicos. Se unió al movimiento de San Isidro, que une a artistas e intelectuales en la lucha contra la censura y por la libertad de expresión, conocido también más allá de Cuba gracias a Luis Manuel Otero Alcántara.
O como las innumerables familias cubanas separadas por el sistema castrista. Madres y padres que están solos porque sus hijos se exiliaron en busca de una vida mejor. Familias que perdieron a sus seres queridos en este peligroso viaje. Jóvenes que un día se enteraron de que sus amigos se habían marchado sin despedirse. Abuelos que se despidieron de sus nietos sabiendo que no volverían a verlos.
Todos habían esperado Merry Christmas. Y consiguieron una Navidad Negra.
Nat Neumann, diciembre de 2022
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