La misma cantaleta, pero algo diferente
En muchos países es costumbre que el Jefe del Estado se dirija a los ciudadanos el último día del año. Conozco el discurso de Año Nuevo de Alemania. Siempre me ha parecido un poco extraño que Helmut Kohl, Angela Merkel o, más recientemente, Olaf Scholz se dirigieran al desconocido de las pantallas de televisión con expresión seria y solemne, pero probablemente leyendo del teleprónter y sin dirigirse a nadie en particular. No conozco declaración de este tipo en Cuba. Quizá no existieran porque el 1. de enero no sólo abre las puertas a un nuevo año en todo el mundo, sino porque en Cuba también se celebra la victoria de la revolución de Fidel Castro. El 1. de enero de 1959 nació la Cuba socialista. El comienzo de una nueva vida para los cubanos. El fin de la democracia. Lamentablemente. El principio del fin de una hermosa isla. La victoria de Castro fue la perdición de Cuba. Algunos lo sabían, muchos sólo se dieron cuenta cuando Fidel Castro, contrariamente a declaraciones anteriores, anunció el carácter socialista de su revolución. Y otros creyeron en él durante décadas hasta que toda esperanza se desvaneció. Que hay un gran número de cubanos que han resignado, esperan un milagro o siguen creyendo en él, también es un hecho.
Desde entonces, apenas hay algo que pueda destacarse como progreso consistente en Cuba. Todo va de mal en peor. Incluso el tan alabado sistema educativo y el supuestamente ejemplar sistema sanitario. El clímax de un Estado fallido se alcanzó con la "entronización" del actual jefe de Estado, Miguel Díaz-Canel.
En Cuba no hay nada: ni comida, ni medicinas, ni ambulancias, ni creación, ni dinero, ni agua, ni electricidad, ni ataúdes para los muertos, ni libertad, ni derechos humanos, ni división de poderes, ni justicia, ni elecciones, ni democracia, ni perspectiva, ni vida que merezca la pena ser vivida... Para el cubano medio.
Y no hay nada, que no haya: Hambre; gente que muere de enfermedades triviales; gente que se pelea por alimentos básicos; gente que viven en ruinas; ancianos mendigos; gente que piensa diferente y a la que no se permite expresar lo que piensa; niños como presos políticos; violencia institucionalizada, abusos policiales, violencia de Estado degenerada. Además: Comida en abundancia para las ocasiones superfluas de los dirigentes, gastos inmoderados en la infraestructura turística, dinero para comprar equipamiento para la policía y los órganos represivos, prosperidad para los miembros del gobierno y su entorno, justicia para los injustos.
Y todo ello debido al "bloqueo" interno y a pesar del embargo estadounidense.
Ayer, por primera vez, vi a un jefe de Estado cubano pronunciar un discurso de Año Nuevo. Vi el discurso del no electo Díaz-Canel el 31 de diciembre de 2022. Se dirigió al pueblo cubano (pero en realidad sólo a una parte de él) de una manera cívica poco habitual. En el vídeo publicado, con un fondo musical tranquilo, se ve un hermoso pedacito de cielo , casi una imagen alegórica a mi libro. Las palmeras reales bailan al viento. En este escenario idílico construido, se ve una mano tecleando en una tableta e inmediatamente una bandera cubana ondeando. Un zapato marrón aparece de la nada, apoyado en el armazón de un taburete. Una especie de Budapester con suela blanca y negra, como los que se llevan para vestir elegantemente informal, creo. La cámara recorre la pierna correspondiente que está cubierta por un pantalón, probablemente vaqueros, y capta una chaqueta blanca sobre una camiseta oscura. Y ya vemos al Sr. Díaz-Canel sonriendo, casi tímidamente, sentado en dicho taburete. Se nos muestra la mirada perdida de los ojos vidriosos del hombre moteado de gris y cómo luego intercambia una mirada con una mujer joven. Ella asiente. El juego de cámaras es más que torpe, captando columnas oscuras mientras deambulan por el entorno, interrumpiendo la imagen una y otra vez. Entonces te das cuenta de dónde están Díaz-Canel y su aparente ayudante. Ha elegido la Plaza de la Revolución para su discurso. Su ayudante le quita la tableta de la mano y lo deja sentado en su taburete alto. Se arregla la chaqueta y apoya las manos en las rodillas. Los zapatos marrones Budapester aún descansan sobre el armazón del taburete. Luego le oímos decir, mientras abre un poco los brazos hacia los lados, más junta las manos y entrelaza los dedos inmediatamente, como si quisiera controlar sus gestos: Queridos compatriotas... Habla con prudencia y fluidez, monótonamente y sin expresión, teniendo que utilizar constantemente las manos para reforzar sus palabras. No hace una buena figura. También por el contenido de su discurso. Afirma que juntos han superado uno de los años más desafiantes de la historia de la revolución cubana. Sienten dentro la fuerza del legado histórico que lo que los impulsa hacia el nuevo año sin miedo y sin dudas, pero siempre conscientes de que podría ser aún más difícil. Los convoca la certeza de que la creatividad del pueblo es infinita y de que no han llegado hasta ahí retrocediendo. Han llegado hasta allí ascendiendo. Invitó a todo el que se sienta revolucionario a trabajar con pasión y con ganas de seguir venciendo imposibles... Todos estaban llamados a trabajar juntos para crear un país mejor, a hacer realidad sus sueños allí, donde han aprendido a soñar. ¡Venga la esperanza! Así concluyó su vacío y desesperanzado discurso: ¡Venga la esperanza!, como queriendo decir: Aguanten y esperen que las cosas vayan bien.
¿No han llegado hasta ahí retrocediendo? ¿Han llegado hasta allí levantándose? ¿Hacer realidad los sueños? La misma cantaleta de siempre, pero un poco diferente.
Nat Neumann, enero de 2023
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